domingo, 30 de noviembre de 2014

Los Emigrados





Los Emigrados, de Slawomir Mrocek.

El pasado 26 de noviembre hemos estrenado “Los emigrados” de Slawomir Mrocek, en la Sala Tarambana de Madrid. Con el aforo completo de público, La Farándula de 1905 puso en escena esta magnífica obra del autor polaco que conserva en su argumento la frescura y matices que tanto éxito le han reconocido mundialmente.
José Fuentefría y Javier Perdiguero dan vida a los personajes de manera tan natural que se diría que ambos son en sí los verdaderos protagonistas de la historia. No es extraño, pues, que el público saliera de la función alabando el extraordinario trabajo realizado y el esfuerzo puesto en escena. Insisto en resaltar que ambos actores son noveles en el teatro y que se cuentan con los dedos de una oreja las veces que se han subido al escenario para representar obra. Eso no quita para que conozcan sobradamente el ambiente que rodea al teatro y que pongan los cinco sentidos en el trabajo y paciencia para asimilar las instrucciones de mi dirección.
El aforo de la sala completo. La Sala Tarambana es coqueta, cien espectadores bien apretaditos para que la trasmisión se produzca por osmosis. Así, el ambiente expectante con que comenzó la obra fue transformándose en comprensión y entrega total según se desarrollaban los argumentos. Ni si quiera el ruido de un teléfono móvil entre el público fue capaz de distraer la atención ante la exposición de los actores que con mucho cuajo continuaron su desarrollo como si tal cosa. En esta sala de teatro el público está tan encima de la escena que, incluso con aforo completo, ocupa parte de la corbata que abarca el proscenio. De manera que el actor escucha respirar al público y éste se abrocha al sudor del actor. Personalmente me encanta que el público esté acomodado tan cerca de la escena, casi diría que interactúa con la inmediatez de las emociones.

Y se produce la catarsis… ¡Vaya si se produce! 

Los emigrados es una obra compleja de realizar para los actores. El drama en que desemboca viene prendado de emociones contradictorias que se reproducen unas tras otras. Así, tras la presentación de los actores y definición de los roles, asoman en los personajes matices grotescos y bizarros que contrastan con la idea primera que se tiene de ellos. A veces, fruto de estas contradicciones, los argumentos producen hilaridad y cierto desasosiego en el público que no termina de discernir las cualidades de los personajes. Sin embargo, el autor encontró solución para hilvanar la historia y sacar a relucir el alma misma de los protagonistas ayudándose del recurrente alcohol con que los embriaga y desnuda. Pronto se reconoce la verdad en la trama cuando el alcohol asoma y desvanece los demonios amagados que acechan tras las intenciones. Es ese mismo alcohol quien precipita los acontecimientos hasta culminar lo inhumano en caricatura insólita.

La escena está vestida pobremente, como requiere el espacio (Sótano) donde se desenvuelve la acción y los personajes. A ambos lados las camas, a la izquierda la de AA y la de XX a la derecha. Una mesa camilla vestida con faldas en el centro de la escena divide el espacio de los dos personajes contando cada uno con una silla en la que acomodarse a la mesa. Sobre la mesa camilla y colgando del techo una lámpara negra, grosera y ajada. La bombilla traslúcida para que no incomode los ojos del público. En el fondo un mueble perchero recurrente, que hace las veces de alacena y armario tosco desangelado. A los lados y al fondo dos biombos, el de la derecha presume salida a la calle y el de la izquierda llega a la cocina y retrete. Al fondo en decorados, sobre telas negras, unas colgaduras son cuerdas gruesas de cáñamo arracimadas y, centrado en vertical, un tubo de salida de humos. 

Para éste montaje, en la Sala Tarambana, he contado con la ayuda inestimable de Ángel Borge, que de esto entiende mucho y siempre me regala consejos que aprecio; él se ha ocupado de la iluminación del espacio proponiendo luz allí donde yo adolezco de oscuridad. ¡Gracias Borge! Sé que quizá la luz ha sido pobre en el apagón para el video que hemos realizado, pero un apagón es un apagón y no se entendería con focos cenitales calentando la escena. Asumo mi responsabilidad.

Otro agradecimiento grande es para Rodrigo San Pedro, que se ha ocupado de todo aquello donde yo no podía llegar y que le ha dedicado tiempo a raudales… tiempo y paciencia. Además le he condenado a la labor de regidor privándole de disfrutar de la obra entre el público.
Y no es menos estimable la labor de La Farándula de 1905 en la persona de Ángel Moyano que siempre está ahí trabajando duro; de Moyano son las fotos que vemos en éste post.

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