viernes, 11 de marzo de 2022


 

Almudena Grandes

 

Sin querer, o casi sin querer, me he acordado de este pasaje de Gabriel Miró describiendo el callejero de quién sabe qué ciudad española en 1908.

 

«Las callejas angostas, cercanas a ese paseo de las afueras, llevan el nombre de un poeta, porque un día el Cabildo siente una lírica exaltación y decide glorificar a un peregrino ingenio escribiendo su nombre en el ladrillo, en el rótulo de una esquina. Es costoso el hallazgo de la calle porque todas ostentan el apellido glorioso de un corregidor, de un político o de un general. Por fortuna, la Naturaleza es conciliadora: hay en los extremos del pueblo una callecita que se llama la «Calle del Aire» o «Calle del Árbol», y se quita el Aire o el Árbol y lo sustituye Fray Luis de León o Garcilaso. Pero los vecinos y aun los bandos y pragmáticas municipales siguen diciendo «calle del Aire o del Árbol».»

Gabriel Miró El paseo de los conjurados Libro de Sigüenza 1917

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