Cuento del rey Corino

 

 

Hay que reconocer con humor, por la gracia que tiene, los vaivenes que da la vida de un rey que empezando siendo príncipe del sirope sin trono a la vista, luego fue señalado para componer un puzle endemoniado con corona en una ínsula manirrota. Como si de un juego macabro se tratara y por hacer añicos la historia del país, acudió el príncipe mozo a la llamada de un tiranillo asesino que ya renqueaba en sus años postreros, siendo que no había en el reino otro asesino que fuera mejor candidato al que regalar un cetro de porcelana que igualase al de Caín. Así, cuajando huevos con la tibieza del agua hirviendo, se fue haciendo el muchacho un cordelillo notable del caudillo, siguiéndole y perfumándole leal, cual lazarillo. En esto que, pasando días y viniendo noches, el joven y apuesto príncipe fue tomando bríos y esencias, desposando y criando infantas: dos atolondradas y luego un Felipe sexto más bonito que un San Luis. Y tan ricamente se criaban los vástagos, fruto del primer amor consorte, que el príncipe buscó amor traicionero fuera de la corte y luego lejos de palacio. Y tantas novias le salieron, confesado, que el príncipe luego rey se encamó con Bárbara, luego con otras, luego con más, y así hasta el infinito de estrellas por las que dejaba el mochuelo marrones, miasmas y babas. Tal fue la vorágine concupiscente del príncipe encelado que, siendo ya rey proclamado, olió el rastro del estro de Corina y que, en un alarde de altivez, le puso un piso, otro, otro y hasta diez. Más no queda ahí la furtiva carrera del que fuera primero infante, príncipe y rey, que ahora es gallo emérito y lo mismo le da que le zarandeen las olas como si te pisan un callo. Del redicho: “¿Por qué no te callas?” que enardeció a sus vasallos, pasamos por el “Lo siento mucho, mequivocao” que se reza en los conventos píos. Del: “Todos somos iguales ante la ley”, que dice el trapacero por nochebuena, al último resuello de Sanxenxo: “Explicaciones ¿Por qué?” que repiquetea en mayo.