lunes, 16 de mayo de 2022


 

 La vuelta

 

A nosotros, los españoles, a veces se nos pinta la cara de gilipollas y nos queda tan fetén que se diría que es nuestro color natural. De igual manera que en otras regiones del mundo los oriundos tienen el rostro sonrosado, ceniciento, cobrizo, moreno o macilento, insisto, nosotros tenemos cara de gilipollas siendo un color con trazas: jaspeado de quemadura.

Como es natural, en Zarzuela lo saben sin necesidad de espías. Diríase que la tonalidad la llevamos así desde siempre. Por eso en Casa Real se chotean del pueblo llano y nos enguizgan sus bribonadas con eméritos humos cada cierto tiempo. Como el cometa Halley, periódicamente. Así, tenemos la desdicha de asistir, vistiéndolo, al bochorno real inoculado en el rostro. De ahí que nos guste tanto el carnaval, único momento del año en que podemos taparnos la cara, enmascarándonos para simular lo que va por dentro: la cara de gilipollas.

Resulta, escucha con atención, que regresa el rey tras su particular Odisea por tierras de infieles. Él, tan católico, tan apostólico y tan romano descendiente de capetos en línea directa de cognación, vuelve al lado de su viuda griega que teje la vuelta entre maldiciones; prodigio éste solo posible para quienes están tentados naturalmente por la mano divina. De modo que ella, que ya lo consideraba cornudo y muerto, vive en la desgracia del entuerto y en la pesadumbre de dónde alojarlo/almacenarlo que sea parecido pero diferente a un cenotafio. Como diría el tío Raimundo: «Ahí lo llevas, malquerida»

Pero, como el pueblo español es a un tiempo sabio y gilipollas, (Como se echa de menos a Quevedo) yo prefiero escurrirme en un bulto y cruzar por barbecho; mientras otros se laceran el pecho, yo me valgo de bandido y ciego.

Lo caro de la Monarquía no son los reales, que son pimientos, está en la porfía de gilipollas que los hay por cientos.

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