Obviamente, cuando se realiza la actividad de actor, uno entra en un mundo distinto del real entregándose al criterio del director en función de un personaje. Buena parte de esa otra realidad viene dada por el autor, pero no me cabe la menor duda de que quién modela y reafirma el personaje es el director. Afortunadamente queda en mí, aún, ganas de dejarme llevar por los laberintos inhóspitos de las sensaciones y me llena de gozo sufrir cuando el sufrimiento apremia las meninges y/o el alborozo congestiona mi sonrisa. Tanto da: Interpretar a D. Gonzalo de Ulloa que vestirse de mayordomo para dar vida a Elías.
Pero sin duda la obra de Zorrilla, D. Juan Tenorio, es un dechado de virtud teatral. Me refiero a la obra bien hecha, naturalmente. Esta obra tiene tantos matices y es tan audad en la rima, que si otros no lo hubieran dicho antes valdría para mi, una obra maestra.
Tengo que recomendar el visionado de esta obra allí donde sea repuesta. Importa y mucho el director que la produzcam así como el reparto de actores. Y no es menos importante es espacio escénico. Prefiero el confor de una sala a esa intemperie que presumen en Alcalá de Henares. En la sala se puede degustar con el paladar cada verso, cada estrofa, cada suspiro y hasta el aliento sudoroso de los actores contaminados de luz por los endiablados focos. Me atrevo a decir que D. Juan Tenorio está hecha para ser vista en un espacio recoleto, pequeño, selectivo. La obra en suma es capaz, justa, veraz en los sentimientos y no admite despiste ni distracción, porque un momento de lapsus equivale a perder matiz. Tengo, en este espacio novedoso para mí, que seguir hablando del Tenorio, y mientras tenga fuerzas representándolo.
Artículo para ESIC Málaga sobre Pepephone
Hace 9 años
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