jueves, 26 de marzo de 2009

Los 39 escalones









Cuando un actor aficionado, como yo, se encuentra cómodamente sentado viendo una obra como “Los 39 escalones” es cuando se da cuenta del enorme camino que queda por recorrer si la ambición es llegar a ser actor de verdad. No me cabe la menor duda de que el oficio me deparará nuevas sorpresas y soy feliz sabiendo que aún estoy en mantillas en esto de la escena; porque lo que más me apetece es seguir descubriendo el talento en los buenos profesionales y aprender.
Los 39 escalones es una adaptación teatral de la obra de Jhon Buchan que se estrenara en formato cinematográfico en 1935 dirigida por Alfred Hichtcock (Versión más conocida y popular).
La sala del viejo teatro Maravillas ha sido remozada no hace mucho pero conserva un cierto sabor de aquella sala antigua que yo visitara en diversas ocasiones donde, recuerdo entre otras obras, tuve ocasión de ver “La balada de los tres inocentes” con Carlos Hipólito; (por algún sitio ha de estar el boleto de aquellas entradas) La sala continúa teniendo un magnífico efecto acústico que ayuda a la percepción de los matices sonoros.
El montaje de la obra es espectacular al tiempo que sencillo; Los mismos actores recrean situaciones ambientales con asombrosa habilidad. La luz sombría proporciona a la escena el contraste idóneo que requiere el género policíaco detectivesco conocido en ese cine de época. Es la primera vez que veo en teatro una adaptación cómica tan buena sobre un clásico del cine de suspense y aventura. Muy recurrente, a la vez que sencillo y revelador es la recreación persecutoria con sombras chinescas. Una técnica esta que recuerdo haber visto hace muchos años en un teatro de variedades itinerante.
El vestuario muy acorde con la intención y la acción, de la misma sencillez que todo lo demás en la escena, coincide en detalle con el argumento y sólo los parámetros cómicos adquieren estrafalarios y sorprendentes contrastes a caballo entre típicos y pintorescos que hacen referencia al folclore, y fantásticos surrealistas que sugieren elementos tópicos del cine negro.
No puedo pasar sin hacer referencia al público, muy animoso en su conjunto pero… ¡Ay! que siguen sonando los teléfonos móviles indiscretos. Por más que antes de la función se avise que han de silenciarse los “celulares” la gente, alguna gente, pasa olímpicamente de preocuparse; y molesta, mucho, muchísimo, no sólo que suenen en la sala durante la representación, sino que… ¡ay! el propietario del teléfono conteste a la llamada y excuse la comunicación. Debe ser un mal endémico que no sólo ocurre en las salas teatrales de tercera, sino que también se produce en las de primera, mal que nos pese a todos.
Del reparto, que es lo mejor, destacar que la gente, el público, comentaba la ausencia de Patricia Conde. Un espectador sentado justo tras de mí inquirió a la acomodadora preguntando por Patricia en estos términos:
—. ¿Señorita?
—. (Acento sudamericano) Dígame Señor.
—. ¿Lleva usted mucho tiempo trabajando aquí?
—. Casi dos años Señor.
—. ¡Ya! Verá… es que esperábamos ver a Patricia Conde y no está en el reparto.
—. Se acabó el contrato de Patricia Conde en enero y ahora está Beatriz Rico.
—. ¡Ah! (Perplejo) ¿De modo que se acabó el contrato y no le han renovado?
—. Exactamente Señor, no renovó el contrato.
—. ¡Vaya!—. (Notando la decepción en el espectador) ¡Beatriz Rico es una gran actriz Señor, seguro que queda satisfecho!

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