Reencontrarse con el Tenorio e interpretar en escena uno de
los personajes; eso es lo que me ha tocado este otoño (2014) del que,
pretendidamente, puede ser mi última subida al escenario.
¡Oh! El Tenorio, del que seguramente sumo más de 100
funciones, primero como El Comendador, ahora como Don Diego y, a la vez,
tratando de configurarlo para hacerlo leído. ¡Qué placer tan inmenso!
La obra de Zorrilla, Don Juan Tenorio, de la que ya he
escrito en otras ocasiones en este mismo lugar es, sin ninguna duda, una de las
mejores referencias para encontrarse con el teatro. Al menos para mí, que voy
aprendiendo poco a poco y que me nutre hasta los apuntes al margen, me
entusiasma la idea de trabajar en ella. Siempre descubro cosas, matices, roles
y dinámicas que encajan y que primeramente pasaban desapercibidas. No sólo me
gusta y encuentro placer en la lectura del texto, sino que además y a medida
que voy conociendo, las tertulias sobre la obra son mucho más enriquecedoras y
sutiles.
También me produce satisfacción observar cómo el público
acude al teatro puntualmente por estas fechas para ver la obra. Pienso que
numerosos espectadores de los que acuden a ver la obra han interpretado en
algún momento de su vida alguno de los personajes, porque El Tenorio se pone
desde la escuela en ejercicios y actividades, es socorrido en grupos
aficionados y, cómo no, en aquellos lugares donde se hace referencia: Sevilla.
También Alcalá de Henares, donde alguien tuvo el tino de programarla con
continuidad.
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