Los
Emigrados, de Slawomir Mrocek.
El pasado 26 de noviembre hemos estrenado “Los emigrados” de
Slawomir Mrocek, en la Sala Tarambana de Madrid. Con el aforo completo de
público, La Farándula de 1905 puso en escena esta magnífica obra del autor
polaco que conserva en su argumento la frescura y matices que tanto éxito le
han reconocido mundialmente.
José Fuentefría y Javier Perdiguero dan vida a los personajes
de manera tan natural que se diría que ambos son en sí los verdaderos
protagonistas de la historia. No es extraño, pues, que el público saliera de la
función alabando el extraordinario trabajo realizado y el esfuerzo puesto en
escena. Insisto en resaltar que ambos actores son noveles en el teatro y que se
cuentan con los dedos de una oreja las veces que se han subido al escenario
para representar obra. Eso no quita para que conozcan sobradamente el ambiente
que rodea al teatro y que pongan los cinco sentidos en el trabajo y paciencia
para asimilar las instrucciones de mi dirección.
El aforo de la sala completo. La Sala Tarambana es coqueta,
cien espectadores bien apretaditos para que la trasmisión se produzca por
osmosis. Así, el ambiente expectante con que comenzó la obra fue
transformándose en comprensión y entrega total según se desarrollaban los
argumentos. Ni si quiera el ruido de un teléfono móvil entre el público fue
capaz de distraer la atención ante la exposición de los actores que con mucho
cuajo continuaron su desarrollo como si tal cosa. En esta sala de teatro el
público está tan encima de la escena que, incluso con aforo completo, ocupa
parte de la corbata que abarca el proscenio. De manera que el actor escucha
respirar al público y éste se abrocha al sudor del actor. Personalmente me
encanta que el público esté acomodado tan cerca de la escena, casi diría que
interactúa con la inmediatez de las emociones.
Y se produce la catarsis… ¡Vaya si se produce!
Los emigrados es una obra compleja de realizar para los
actores. El drama en que desemboca viene prendado de emociones contradictorias
que se reproducen unas tras otras. Así, tras la presentación de los actores y
definición de los roles, asoman en los personajes matices grotescos y bizarros
que contrastan con la idea primera que se tiene de ellos. A veces, fruto de
estas contradicciones, los argumentos producen hilaridad y cierto desasosiego
en el público que no termina de discernir las cualidades de los personajes. Sin
embargo, el autor encontró solución para hilvanar la historia y sacar a relucir
el alma misma de los protagonistas ayudándose del recurrente alcohol con que los
embriaga y desnuda. Pronto se reconoce la verdad en la trama cuando el alcohol
asoma y desvanece los demonios amagados que acechan tras las intenciones. Es
ese mismo alcohol quien precipita los acontecimientos hasta culminar lo
inhumano en caricatura insólita.
La escena está vestida pobremente, como requiere el espacio
(Sótano) donde se desenvuelve la acción y los personajes. A ambos lados las
camas, a la izquierda la de AA y la de XX a la derecha. Una mesa camilla vestida
con faldas en el centro de la escena divide el espacio de los dos personajes
contando cada uno con una silla en la que acomodarse a la mesa. Sobre la mesa
camilla y colgando del techo una lámpara negra, grosera y ajada. La bombilla
traslúcida para que no incomode los ojos del público. En el fondo un mueble
perchero recurrente, que hace las veces de alacena y armario tosco desangelado.
A los lados y al fondo dos biombos, el de la derecha presume salida a la calle
y el de la izquierda llega a la cocina y retrete. Al fondo en decorados, sobre
telas negras, unas colgaduras son cuerdas gruesas de cáñamo arracimadas y,
centrado en vertical, un tubo de salida de humos.
Para éste montaje, en la Sala Tarambana, he contado con la
ayuda inestimable de Ángel Borge, que de esto entiende mucho y siempre me
regala consejos que aprecio; él se ha ocupado de la iluminación del espacio
proponiendo luz allí donde yo adolezco de oscuridad. ¡Gracias Borge! Sé que
quizá la luz ha sido pobre en el apagón para el video que hemos realizado, pero
un apagón es un apagón y no se entendería con focos cenitales calentando la
escena. Asumo mi responsabilidad.
Otro agradecimiento grande es para Rodrigo San Pedro, que se
ha ocupado de todo aquello donde yo no podía llegar y que le ha dedicado tiempo
a raudales… tiempo y paciencia. Además le he condenado a la labor de regidor
privándole de disfrutar de la obra entre el público.
Y no es menos estimable la labor de La Farándula de 1905 en
la persona de Ángel Moyano que siempre está ahí trabajando duro; de Moyano son
las fotos que vemos en éste post.
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