jueves, 24 de junio de 2021

 


Entre líneas

 

Contar teatralmente una historia al público es un ejercicio de responsabilidad, sobre todo si la historia (el libreto) está escrita en tiempos remotos y el autor no está ya disponible para rebatir lo que se cuenta en la actualidad; es decir, el autor no puede defenderse. La responsabilidad se advierte más premiosa e importante si quienes cuentan las historias al público se someten a los contextos que le son propios en cada cuento o si los ambientes están sujetos a normas y estereotipos. Tan importante es ceñirse al contexto como respetar la idea madre que promueve el autor sin cercenar los argumentos y los mensajes que yacen dormidos entre las líneas del texto. La dificultad en distinguir una buena adaptación de otra mediocre está en lo minucioso, en los detalles que se añaden o se obvian en escena de modo premeditado.

Decía Vargas Llosa: “Aprender a leer es lo mejor que me ha pasado en la vida”, y es verdad. Quizá pudiéramos extender la frase de Vargas Llosa añadiendo: “Aprender a leer interpretando”...  el viejo y sabio escritor peruano se olvida a veces, cuando opina, de interpretar apropiadamente los contextos olvidando la objetividad que se espera de alguien tan laureado. Esto no mengua en absoluto mi admiración por su obra, pero me veo obligado a discernir sus mensajes en virtud de a quién sirve su pluma.

Por qué digo lo anterior. Porque leer comprendiendo e interpretando lo escrito puede trasportarnos más allá del texto llevándonos a palpar el contexto, el ambiente, la idiosincrasia. Siendo básico aprender a leer, lo siguiente es interpretar. Cuando se tiene sed no basta encontrar agua con que saciarla, hay que beberla.

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