Traído del web → (BUEN HUMOR Semanario satírico) Madrid, 5 marzo 1922
UN RECURSO SALVADOR
Don Juan Mediano y Mediano era un pobre señor, empleado modesto y sin otros vicios que el de jugar al tute y ser admirador de Azcárraga, dos cosas, como ustedes ven, absolutamente inocentes; así que su existencia transcurría en el más tranquilo vivir: de casa a la oficina, de la oficina a casa; y por las noches, ya era sabido: partida de tute, lectura de los discursos de don Marcelo y elaboración de pitillos por el más vulgar de los procedimientos; uña adelante, cuarterón arriba. Muy discreto, en su guardarropa tenía una levita para los momentos sensacionales; presentación de nuevo jefe de Negociado, entierros, algún otro acto oficial en su Ministerio, y... se había terminado la misión de la levita en este mundo. Usándola tan discretamente, aun se conservaba la prenda en buen uso — bastante mejor que don juanito —, a pesar de tener tantos años como su dueño, que la levita le vino de una manda, y con una vuelta a los forros quedó empalmada para el servicio, y al primer golpe era muy decentita. Así que Mediano la veía con el mismo cariño que Coline, el filósofo bohemio de Murger, su viejo sobretodo, y la guardaba en el armario con toda clase de solicitas atenciones. Pero un gran dolor le estaba reservado a nuestro héroe. Una tarde, para la presentación de un nuevo jefe en el Negociado, al sacarla del ropero y extenderla sobre la cama, notó con tremenda amargura, húmedos los ojos de piadosas lágrimas, que ciertos agujeros indiscretos amenazaban el desplome, la ruina inmediata de aquel monumento con faldones. El pobre don Juan quedó confuso. ¿Qué podría ser aquello? La doncella de la casa de huéspedes pronto le sacó de dudas. Aquellos alarmantes redondeles no eran otra cosa que la invasión audaz de la polilla, del terrible y despiadado enemigo, que no supo respetar aquellos amores de don Juan. La doncella le indicó que se hubiera evitado tan gran dolor si a tiempo hubiese comprado los Polvos insecticidas Leyer y Compañia, que no sólo exterminan la polilla, sino toda clase de molestos insectos. «La señora, gracias a estos polvos, ha podido conservar intactas, frescas, las pieles, abrigos, toda su ropa sin el menor detrimento.» — ¿Qué dices? — interrumpió don Juan —. Tráelos, tráelos en seguida. ¡Y no haberlo sabido antes!... — dijo con aguda desesperación. Y con la misma fe que puede aplicarse a un desahuciado enfermo una suprema medicina, don Juan espolvoreó la levita con el insecticida, saliendo a la desbandada un ejército de polillas. Y así pudo preservarla para el porvenir, gracias a los Polvos insecticidas de Leyer y Compañía, que tan oportunamente vinieron en su ayuda —. ¡Qué prodigio, qué prodigio! — decía don Juan entusiasmado.
Luis Gabaldón
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